jueves, 21 de junio de 2007

Siguiendo el camino de baldosas amarillas



Hoy comencé el día bastante mal, y fue empeorando según pasaba la mañana. Uno de esos días en que recibes palo tras palo, se te van algunas esperanzas, y llega un momento en que necesitas un respiro, porque has llegado a tu punto máximo de aguante.



A medio día ya no podía mas, y he explotado, sacando toda la presión que llevaba acumulando estos días, o meses. Después de una buena llorera mientras conducía para casa, he decidido intentar arreglarlo, y le he dado vueltas a como mejorarlo aunque solo fuera un poco. Y tras unos minutos me he decidido por ir a tomarme algo... cualquier cosa. Un heladito, un batido, un café... en definitiva, un regalo.

La zona a la que fui tenia todo cerrado, y lo único que estaba abierto era un restaurante de comida rápida de hamburguesas. Me pare, me imagine una hamburguesita con sus patatas... y tras hacerseme la boca agua... sentí miedo. Sentí miedo de que fuese una huida mas hacia la comida, una forma de desahogarme ante los problemas o la ansiedad. Así que seguí con el coche.

Pero... pensé... ¿y si simplemente me apetece?

Así que di media vuelta, entre en el restaurante, y me pedí un menú, el que me apetecía, sin pensar en las calorías o en si me produciría malestar y ansiedad tomar algo bastante calórico ... me lo propuse como una prueba, como un reto.

Y puedo decir que lo disfrute realmente. Tarde mas de media hora en tomármelo todo (los que hayáis sufrido bulimia entenderéis lo importante que resulta eso), me leí mientras el periódico, me levante un rato después de terminar, y me fui de allí como si nada... sin ni siquiera recordar que había estado a punto de no ir por miedo a sufrir una pequeña crisis. No fue fruto de la ansiedad. Simplemente me apetecía, como lo que buscaba, un regalo. Nada más.

No es una simple hamburguesa. Ni unas patatas fritas.

Parece que seguir el camino de baldosas amarillas da resultado.




viernes, 15 de junio de 2007

Jauria de perros atacando a un cocodrilo. Impresionante

Este es un email que me han enviado, que estoy segura no dejara indiferente a nadie... Es impresionante...


En ocasiones la naturaleza parece ser muy cruel, pero también hay una belleza bruta y hasta cierta justicia manifiesta en esa crueldad.

El cocodrilo, uno de los mejores depredadores y más poderosos de lanaturaleza. Normalmente se le considera un depredador "ápice", aun así puede caer víctima de la estrategia de equipo implementada, hecha posible por la unión tan cercana de la estructura social y mentalidad de supervivencia del "equipo"que evolucionó en los caninos.

Observe la extraordinaria fotografía incluida, cortesía de la revista Nature Magazine.Note como el perro alfa sostiene al cocodrilo con el hocico impidiéndole respirar, mientras otro sostiene la cola impidiéndole golpear. El tercer perro ataca la zona del vientre que es mas vulnerable.

Ver imagen:
Cocodrilo atacado por una jauria de perros

¿Que os parecio? ;)

sábado, 2 de junio de 2007

GLORIA I


Fragmento del libro Cuando comer es un infierno.

"Nada podía consolarme, y todo parecía fuera de control. Mi ropa, antes siempre tan cuidada,
se arrugaba durante días sobre la silla. No me preocupaba por mantener el orden en mi cuarto, o en mis cajones. Ducharme o lavarme la cabeza requerían un notable esfuerzo, y habían perdido toda su carga placentera.

Durante esa temporada se me secaron las lágrimas.

A cambio, un constante dolor en el pecho punzaba de vez en cuando y me dejaba sin respiración. Corría de un lado a otro, con la vitalidad que siempre me había caracterizado, e intentaba cumplir con mis obligaciones, pero al regresar a casa me encontraba agotada y débil,
como si hubiera debido enfrentarme en una lucha con ese día y me hubiera derrotado.

Mi diario no cambió demasiado. No expresaba ninguno de mis sentimientos, la derrota, la tristeza, el abandono, nada salvo un profundo desprecio hacia mi descontrol con la comida y continuos propósitos de enmienda. Observaba mi aumento de peso como si le ocurriera a otro, y me dirigía insultos que jamás me hubiera atrevido a expresar en alto. Me imponía dietas y propósitos absurdos, ayunos que rompía al primer día o que no llegaban a la hora del descanso. Parecía que cualquier cosa que iniciara estuviera encaminada al fracaso.

Mientras estaba a dieta había comprado un par de revistas de salud y belleza que incluían una lista de calorías y que orientaban sobre cómo crear una ingesta equilibrada. Dediqué mis esfuerzos a componer dietas hipocalóricas, basadas en verduras y carne a la plancha, sin tener en cuenta mis necesidades vitamínicas o minerales, sino únicamente mi peso y mi estatura. Memoricé listas interminables de alimentos con sus respectivas calorías, y cómo variaban éstas si las frutas estaban verdes o maduras, si la carne se había preparado a la plancha o frita.

No hubo un solo libro sobre el tema en la biblioteca o en librerías que yo no leyera y memorizara: los resumía y guardaba los esquemas, y me juraba regir mi vida según sus leyes.
Sobre la mesa no apreciaba la comida, su preparación o contenido, si me haría bien o no. Lo único que veía eran cantidades. Quise iniciar otra dieta, y mi madre, que había presenciado todo el proceso sin decir nada, y veía lo disgustada que yo estaba con mi nuevo aspecto, me animó y quiso ayudarme. Le pedí que comprara productos desnatados y light, y, con la excusa de que a todos nos vendría bien mantener el peso, ella accedió sin el menor reparo. ¿Por qué debía sospechar nada? Al fin y al cabo, yo siempre había mostrado sensatez y madurez con mis propósitos, y voluntad para llevarlos a cabo.

Aquel fue el primero de mis innumerables fracasos. Con ninguna de las dietas, dietas creadas
por mí, dietas copiadas, extraídas de revistas, confiadas por las amigas, recuperadas de la memoria, con ninguna logré bajar de peso, y con la mayor parte de ellas engordé. Como es fácil imaginar, no seguía realmente las instrucciones. Era capaz de comer una ensalada con zanahorias y tomate a las dos, para luego, a las cuatro y media, devorar medio paquete de galletas de desayuno, y a las seis, dos tabletas de chocolate, y a la hora de cenar, atiborrada, la pechuga a la plancha que mi madre había preparado con todo cuidado de no excederse
con el aceite, y, como si nada hubiera pasado, fingir hambre y apetito."